LAURA VICTORIA Y EL FLORECER DEL LLANTO: DOLOR, SANGRE, BRISA Y SILENCIOS DE ETERNIDAD

DEL ROMANTICISMO AL MISTICISMO, PASANDO POR EL PURGATORIO

Gertrudis Peñuela (1904-2004) es una de esas personas que marca un antes y un después. Su vida fue una lucha constante, contra sus principios y contra los de la sociedad colombiana del siglo XX. Fue una escrito- ra hipersensible; toda su poesía emana sentimientos paroxísticos, otros más delicados, otros escondidos en una contención tan enérgica que irradia, inevitblemente, secretos del corazón. La poeta colombiana, como la mayoría de artistas, experimentó una evolución en su obra que cierra un círculo personal. Un viaje de inicio fugaz, de dentro hacia fuera, para luego ab- sorber ese mundo exterior y convertirlo en su propio mundo, y así volver al núcleo poético del sujeto: una calada joven cuyo humo empastichado es reabsorbido tras los años.

La Colombia de finales del XIX y principios del XX ve cómo el federalismo liberal fragua sus anhelos y se va sintetizando una política conservadora que, en muchas regiones, quedó gobernada bajo la figura de la iglesia. Precisamente, una de las regiones donde esta institución tuvo más repercusión fue en Boyacá, donde nació y vivió su infancia Laura Victoria. Los párrocos provinciales tenían un poder soberano con un gran peso dentro del estado, hecho que ayudó a la centralización del país y a diseminar unos valores rígidos afincados en el cristianismo.

En el seno familiar de Laura Victoria, Cayo Peñuela Quintero fue nombrado canónigo de coro de la catedral de Soatá. Es por eso que Laura Victoria, nacida en una familia de renombre en la región, fue educada hasta los dieciséis años en escuelas de hermanas Terciarias y de la Caridad, que la dotaron de una fuerte tradición cristiana. La poeta descubrió su arte en la adolescencia, leía poesía en la escuela, y en casa literatura del romanticismo y posromanticismo francés.

A finales del XIX, el poeta colombiano José Asunción Silva será el primero en inscribir el acto sexual en un poema. Debemos recordar la fuerte censura ejercida por la iglesia, más propensa a temas nacionalistas o devocionales. A pesar de ello, hay una necesidad de regeneración estética en las artes colombianas que quedó enmarcada dentro de una tendencia modernista. Es así como emerge el erotismo como elemento de renovación, un tema que no solo cayó en gracia a los poetas, sino también a muchas poetas de la época que lo trataron de manera más sutil, una de ellas fue Gertrudis Peñuela.

En este contexto, Gertrudis empezará a publicar sus primeros libros llenos de resonancias románticas, aunque con un nuevo tema en su haber: el erotismo, motivo principal por el que tuvo que escribir con pseudónimo. Su primer libro fue Llamas Azules, publicado en 1933. En él, Laura Victoria nos habla con pasión jo- ven, con la energía de Eros, dispuesta a ser seducida por los elementos:

El frío de las brumas me seduce,
y mi alma es un sol en el silencio, y a fuerza de buscar en los ocasos tus misteriosos ojos de bohemio, siento el placer de sepultar en nieve la llama azul que iluminó mi cuerpo.

Es una poesía sensual, de descubrimiento, donde la sensorialidad toma gran protagonismo. Su segunda obra, Cráter sellado, de 1938, sigue la estela romántica de su primer libro:

Ven, ya se abren cual rojos amarantos los capullos en flor de mis deseos.

Estos dos primeros libros constituyen una reafirma- ción de un romanticismo estereotipado en el cual la mujer es objeto, prototipo de mujer adiestrada en su contexto, sin voluntad propia. Por esta razón, la fuer- za de estos dos libros no radica en una visión nueva de una mujer liberada, sino más bien por atreverse a romper estereotipos sociales, personales y, de manera muy delicada, sugerir en algunos versos esa represión del ser, esa “alma que es un sol en el silencio” (1), un as- tro lleno de pasiones contenidas que en algún instante harían la tentativa de explosionar. Tal como dice Páez Escobar (2013): “Su poesía había surgido para estimular las fibras del corazón y despertar las conciencias dor- midas en aquellos tiempos de puritanismos y apeten- cias ocultas. Era la primera escritora colombiana que hablaba al desnudo de las eternas pasiones del hom- bre” (p.155). Un año antes del éxito de su segundo libro, Laura Victoria viviría momentos muy complicados en su matrimonio, parece que su marido le dio a escoger entre la poesía o la familia. La debacle se inició en 1937, después de ganar los juegos florales celebrados en Gi- rardot, cuando Gertrudis Peñuela decidió entregarse por completo a su verdadera pasión. Las consecuen- cias fueron tremendas; en el año 1939, con su segundo libro recién publicado, tuvo que huir con sus hijos a México, abandonar su tierra natal y suspender las gi- ras internacionales programadas.

Es en este instante cuando la obra de Gertrudis Peñue- la da un giro. En México tuvo que ganarse la vida mo- destamente, sin lujos ni apoyo de la familia, comple- tamente sola pero feliz de tener a sus hijos con ella y de esa amarga libertad. Gertrudis Peñuela necesitó de dos décadas para volver a publicar con una temática muy alejada de sus dos primeros libros. Cuando florece el llanto, publicado en 1960, es descrito por el mismo Páez Escobar (2009) de esta forma: “Ahora sus poemas son melancólicos y expresan acentos de soledad y ol- vido” (2). Es en este libro, de gran interés transicional, a modo de purgatorio, al que dedicaremos nuestros últimos apartados.

Los siguientes libros: Viaje a Jerusalén (1985), Itine- rario del recuerdo (1988), Actualidad de las profecías bíblicas (1989) y Crepúsculo (1989), vuelven a virar, esta vez, hacia el misticismo, como una tentativa de reconexión con su “alma”. Su poesía parece un viaje estético desde la belleza del cuerpo, de lo material, a la belleza del espíritu. Gertrudis encontrará en el misti- cismo esa paz proveniente del amor del que ya nos ha- bló Plotino (1975): “El alma engendra un Eros cuando desea el bien y lo bello” (Enéada I 6, 6, 19-24). Podríamos decir que en ese intento de huir del mundo físico que tanto la hizo padecer, la poeta encuentra la reconci- liación en su interior como por intuición. Gertrudis, desde esa visión externa del objeto contemplado, se ve a sí misma tal como un ente aspirado a ser visto, se desdobla y hace las paces con lo material, transporta lo vivido a la unidad de su ser y ve las circunstancias externas como parte de su propio proceso madurativo. Laura Victoria usó la poesía de elemento purificador, como elixir paliativo para la angustia de tantos años.

(1) Fragmento del poema Nocturno I, de su libro Llamas Azules (1933). (2) Fragmento del texto elaborado para el XXX Encuentro Internacio-

nal de Escritores de Chiquinquirá, Fundación Jetón Ferro.

GERTRUDIS PEÑUELA VS HETEROPATRIARCADO

Laura Victoria tuvo que hacer frente no solo a las com- plicaciones intrínsecas del creador de arte, sino tam- bién a la construcción de una identidad propia y libre en una sociedad que tenía reservada a las mujeres la única salida de la domesticación. María Zambrano (2006) explica muy bien la inquietud postromántica que vivió todo artista a principios del XX y que pode- mos tomar, también, para nuestra poeta: “En el fondo de toda esta época moderna, parece residir una sola palabra, un solo anhelo: querer ser” (p.86). Es curioso cómo una devota cristiana se acaba convirtiendo me- tafóricamente en mártir por su entrega a la poesía.

Gertrudis Peñuela nació con todos los ojos familia- res puestos en su destino de ama de casa. Nació en el seno de una familia tradicional, de canónigos y clase media, con una importante reputación en Colombia. Tal como hemos comentado, la iglesia tuvo un papel clave en muchas regiones del país, y una de ellas fue en Boyacá, donde Laura Victoria nació y vivió hasta su exilio. Además, se ganó la antipatía de muchos por el tono de sus poemas que buscaban, tan solo, explorar la identidad mediante el cuerpo y sus sensaciones. El problema no fueron sus poemas, en realidad, Laura Victoria escribió mayoritariamente poesía encuadra- da en un estereotipo de “sentirse mujer”, una mujer canónica del romanticismo, educada, servil y reserva- da. El problema fue que una mujer quisiera explorar mediante la poesía, un género que sabemos está lleno de interpretaciones y misterios. Cundió el miedo en ciertos círculos por el hecho de que una mujer son- deara en sí misma, en sus emociones contenidas, las contingencias de su propio ser. Tal como dice María Zambrano (2006): “En la poesía hay también angustia, pero es la angustia que acompaña a la creación. La angustia que proviene de estar situado frente a algo que no precisa su forma ante nosotros, porque somos nosotros quien ha de dársela” (p.89). Es un doble temor, para el poeta y para el receptor. Aunque la angustia del poeta es distinta, siempre es una angustia en potencia hacia la libertad, al fin y al cabo, un deseo de felicidad que nunca se cumple. No obstante, quien la interpreta corre el riesgo de caer en las limitaciones de sus pro- pios pensamientos, como el que ve en un cuadro solo los vértices y la madera, sin más reflexión que las que previamente ya había sonsacado.

Laura Victoria no pudo ingresar en la universidad por ser considerada mujer, no pudo escribir libremente por ser considerada mujer y no pudo desarrollar su ca- rrera de poeta como ella deseaba por ser considerada mujer. Se casó a los 16 años, poco después fue madre y a pesar de ello quiso seguir con su labor de poeta, viajando y extendiendo su obra en recitales; sin em- bargo, su marido lo veía un obstáculo familiar. Es por esta razón que su matrimonio entró en una debacle sin vuelta atrás. Su marido la privó de ver a sus hijos y ella tuvo que tomar la determinación de transgredir las leyes y llevárselos a México, como si partiera hacia el exilio. Fue en ese momento que Laura Victoria tuvo que ceder parte de su carrera poética en pro de sus hi- jos, cosa que la llevó a un giro poético y a años de silen- cio. Tal como dijo la poeta mexicana Rosario Sansores sobre Gertrudis Peñuela: “Laura Victoria nació con un alma sedienta de horizontes y libertad, pero el destino le negó el derecho de extender sus alas”. Fue una época donde ser considerada mujer no te daba derecho ni a la propia definición por parte del ente que era considera- do mujer; venía predeterminada ya por lo masculino. En esta contradicción se encuentra Laura Victoria, en la de no poderse representar. Deleuze (1988) comenta esta imposibilidad cuando dice:

El pensamiento moderno nace del fracaso de la re- presentación, a la vez que de la pérdida de identidades y el descubrimiento de todas las fuerzas que actúan bajo la representación de lo idéntico. El mundo moderno es el mundo de los simulacros (p.32).

Esto entronca con el pensamiento de Simón de Beauvoir en relación a que lo Otro, es decir, la mujer vista por el hombre, siempre necesita de su esencia “hombre” para ser descrita: lo Otro siempre será ella y los peligros que conlleva construir su identidad a partir de esas bases absolutas. Aquí me gustaría remarcar de nuevo la importancia de Laura Victoria y su obra, tan solo por el mero hecho de encontrar en la poesía nuevos lenguajes que quieran encarnar a la mujer y su deseo fuera de los cánones de representación masculinos sobre su sexualidad. Al fin y al cabo no deja de ser más que una simulación. 

Poder escoger una identidad, sea cual sea, es una forma de reivindicación del propio poder, y tal como comenta Rosa María Rodríguez de Magda (2003): “incluido el derecho al mal” (p.96). Re- tomando el hilo del calvario de Laura Victoria, ella ya sabía que escribir lo que escribía desde su posición social y de género le conllevaría consecuencias. El simple hecho de ser escritora la convertía en una transgresora, porque escribía en un mundo de hombres siendo mujer y la poeta debía estar reequilibrando en todo momento su identidad con los estereotipos sociales, en una sociedad que la sitúa en los márgenes y en la que vive privada de libertad. Además, atendiendo a la visión de la poesía de Kristeva, la poesía es irreprimible por sus infinitos sonidos y significados, y esa característica la hace peligrosa ante el temor del heteropatriarcado a ser cuestionado, aunque no sepa ni cómo. La poesía es la muestra de infinitud del lenguaje que, por mucho que convencional, tiene la llave de la liber- tad mediante la abstracción en la retórica y su juego multidimensional exegético.

El principal problema que tuvo Gertrudis Peñuela con su familia fue que no hizo ni se comportó como se esperaba de ella. Así mismo lo describe Irene Mizhari (2017) en su artículo “La poesía erótica de Laura Victoria” cuando nos habla de la imagen arquetípica de lo femenino, del que la poeta intentó escapar:

Cualquiera que lea la obra de Laura Victoria también se verá obligado a reconocer el carácter –de ningún modo revolucionario– de entrega o sumisión absoluta que se perfila en el erotismo que su poesía reivindica. Tal sumisión coincide con la construcción hegemónica de la mujer ideal pro- pagada por los pensadores europeos desde finales del Siglo de las Luces (p.117).

La misma Laura Victoria comentó los problemas que tuvo con su marido por no querer aceptar sus inquietudes poéticas; él quería otro tipo de esposa, una tímida y anónima ama de casa. Aquí hay escondida la definición de “mujer” que se entendía en la época y que aún hoy día se cuestiona, la oposición a hombre no es mujer, es no-hombre, lo otro, lo indefinible. La mujer se esfuma y este hecho no solo se pone de manifiesto en las teorías feministas, sino también en la literatura; a modo de claro ejemplo, Arreola escribe: “Adán, sé ave, Eva es nada” (3). La mujer es objeto, es mercancía, como diría Luce Irigaray. La mujer se constituye mujer por una tendencia publicitada inscrita en el heteropatriarcado, es una identidad performativa y cultural, construida como un arquetipo estipulado por convención, inalterable y en tanto que alterable, punible socialmente. Entendemos pues que Rosa Ma- ría Rodríguez Magda (2003) diga que la mujer ha sido imagen más que representación, pues “constantemente se mira para saber si es adecuada a lo que se espera de ella” (p.123).

Por lo que atañe al acto de escribir en busca de identi- dad y que representa perfectamente las motivaciones de Laura Victoria, dice Helene de Cixous (1995):

La escritura es, en mí, el paso, entrada, salida, estancia, del otro que soy y no soy, que no sé ser, pero que siento pasar, que me hace vivir que me des- troza, me inquieta, me altera, ¿quién?, ¿una, uno, unas?, varios, del desconocido que me despierta precisamente las ganas de conocer a partir de las que toda vida se eleva (p.46).

Para Laura Victoria, esta situación de incertidumbre, de búsqueda permanente, de huida y desasosiego, la hizo caer en un silencio de veinte años. Solo pudo re- encontrarse desde una posición de contemplación aje- na de lo propio, del ser como elemento contemplado y para ser contemplado, una mirada filtrada por los años. Es como si Laura Victoria entendiera que su visión de la poesía y del placer era masculina, lo erótico y sensual era masculino, todo era masculino, aquello que le había arrebatado sus ilusiones era masculino. Es por esta razón que su poesía empieza a evadirse del cuerpo humano, de la sensualidad del gesto, de la carne y entra en el mundo del sufrimiento y la añoranza, del recuerdo punzante, de la naturaleza, de la sole- dad. Como escribe José María Valverde en el prólogo de Cuando florece el llanto: “Así en este libro de Laura Victoria, su grito de soledad amorosa es a la vez pre- sentimiento de algo que sigue viviendo más allá de lo visible, con su frontera de muerte”.

(3) Texto incluido en el libro Palíndroma (1971), de Juan José Arreola.

DOLOR, SANGRE Y BRISA

¿Cómo llamarse en el extranjero? Bastante lejos, bas- tante cerca, cerca, bastante fuerte, con bastante ternu- ra. Para atraerse, conducirse, de olvido en olvido hasta los comienzos de las memorias extranjeras.

Helene de Cixous

El libro Cuando florece el llanto es un hito en la li- teratura de Laura Victoria, una baliza que marca su trayectoria. Toda esta obra está repleta de reminis- cencias y evocaciones al dolor, a la sangre, aunque no sin ciertos guiños de optimismo entre un notorio pesimismo en busca de su propia liberación. María Moreno (2018) dice:

Se puede decir que las mujeres, las que no han elegido desarrollar estrategias miméticas para entrar en la tasa patriarcal o ser entronizadas a título de excepción, entran en la cultura a través de una violencia necesariamente vuelta contra ellas mismas […] Este sufrimiento de las mujeres tiene tanto de herencia romántica como de combatividad política, de lucha contra el contrato cultural como contra sí mismas, de inteligencia enajenada y de dolor físico (p.72).

Laura Victoria fue una mujer que experimentó un dolor que podemos enmarcar globalmente: el de la búsqueda de identidad en una sociedad que la limitó; por otro lado, pequeños dolores particulares que sub- yacen en ese gran dolor que, en realidad, lo convierten en un padecimiento mayor: el exilio, el rechazo familiar, las expectativas truncadas, el fracaso, el desamor, el olvido…

Debemos tener en cuenta también que el mismo he- cho de escribir sus libros con pseudónimo, con una máscara, es dolor de por sí por el rechazo o fracaso de la propia identidad:

La máscara tiene dos funciones, que son las dos funciones de la melancolía. La máscara se acepta por medio del proceso de incorporación, que es una forma de introducir y posteriormente utilizar una identificación melancólica dentro del cuerpo y sobre él; en realidad, es la significación del cuer- po en el molde del Otro que ha sido rechazado (Butler, 2007, p.125).

Hay, en la obra Cuando florece el llanto, una serie de rúbricas que Laura Victoria va soltando en forma de palabras tropo, palabras extensivas y que explosionan, a destacar: sangre y brisa.

En el análisis que hace la profesora Susan Gubar (4) so- bre el cuento “La página en blanco”, de Isak Dinesen, identifica la sangre como una negación, un asesinato por parte del arte masculino al convertirlas en una página en blanco, en una ausencia. La sangre es la muerte en vida, recuerdo de la mortalidad del ser, de un ser femenino que no es, sino que vive como imagen construida y reconstruida ante el espejo, una sonrisa postiza entre el vaho, un reconocimiento falaz desde la mirada ajena que la instituye, un leviatán que la erige como falsa diosa-objeto bajo su criterio e interés. Ger- trudis Peñuela era consciente de esa negación, de esa falsa realidad, de ese elixir quimérico que le dieron de beber para proveerle algo y quitarle todo. Es por eso que en su obra purgatoria la sangre aparece recurren- temente como elemento que vaticina una pérdida, una renovación dolosa, un armisticio incierto.

Esa sangre emana de su tierra, frontera entre la ino- cencia de una muchacha que creció con la ilusión de liberarse y la realidad que se le mostraba desde la dis- tancia en México. Esa muerte de frontera, esa sangre derramada es la negación de ser quién ella desea: una poeta libre o, al menos, liberada. Lo leemos en el poe- ma “Canto a Colombia”:

Patria, para quererte más es necesario
beber el barro de tu ausencia


Y en el poema “Sonetos del adiós” escribe:


Necesitaba para ungir mi verso

este dolor que tu amor me inflama


La sangre es muerte y reencarnación en la obra de la poeta. Muerte del amor también:


Yo regreso también, ya nada queda

de aquel amor de eternidad forjado


La sangre de Laura Victoria en sus poemas es emanación, son sentimientos fluyendo por su cuerpo obsoleto y desdibujado, por su cuerpo repleto de dolor:


Una desolación inmensa y fría

como delgado viento de agonía

se alarga por mi sangre, y de rodillas

(4) GUBAR, S. «‘La página en blanco’ y los problemas de la creatividad femenina», lectura y escritura feministas, México D.F., Programa Universitario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras y Fondo de Cultura Económica, 1999, pp. 175-203. 

La poeta sabe que dominar sus sentimientos la redimirán o la hundirán en su tristeza, debe encontrar la paz en su poesía de transición, en ese purgatorio donde intenta reconocerse. Son momentos de claroscuro, esta obra nos lo muestra una y otra vez en los juegos de luces, en los momentos del día, y de la noche:

Es crepúsculo y comienza

el frío a cuajar mi llanto,

mientras vierto el corazón

como río ensangrentado

Laura Victoria supo encontrar entre los lamentos y el dolor de su poesía una pequeña fisura por donde dejar pasar la brisa del desconsuelo, y por qué no, de la con- cordia. Hay historias del dolor que se resumen como lo describía Schopenhauer (5) y otras no tan temerosas, como las de Laura Victoria, aunque no menos punzan- tes, pues implican el olvido, a pesar de que el olvido siempre represente fin e inicio:

Se me pasó la vida

buscando lo imposible

y ahora no me queda sino el tiempo

exacto del olvido

La poeta se percató de que “las cosas mismas están más cerca de nosotros que todas las sensaciones” (Hei- degger, 2006, p.45). Esas cosas sin adjetivo, esas cosas inermes que toman sentido desde el inicio neutro, des- de la distancia de un desafío noble. Gertrudis Peñuela tuvo, una vez más, que huir. Huir de los sentimientos paroxísticos y domesticar su ser y voluntad a ojos de un individuo nuevo, ese llanto floreciendo le dio las alas de vivir como ella quería, de autoliberarse, de re- componer su cuerpo, pedazo a pedazo, hasta convertirse en un ente reestablecido, en brisa nueva, en aire de augurio, en viento instigador.

En esta obra purgadora de Laura Victoria, los vientos toman un protagonismo que no podemos pasar por alto. Hay innumerables referencias al aire, pero sobre todo a la brisa. Este viento es envolvente, versátil pues- to que de día sopla desde el mar y por la noche desde tierra. Es un elemento cíclico y evocador, siempre lleva consigo aromas de lo brisado hacia sus nuevos hori- zontes, pero jamás de manera agresiva; la brisa es un viento suave, equilibrado y fresco, en harmonía con el entorno pues nunca lo destruye, sino que lo explica con sus señas etéreas y sus recuerdos de sal, piedra y flora. Hay momentos que el viento es dolor, olvido (6), y otras, horizonte y guía, aunque siempre oportunidad de reconstruirse:

Ahora soy como la espiga seca

que desmorona el viento

En el poema “Verdad” la brisa trae la pureza de la palabra entre la espesura como si fuera una revelación del ser:

Su voz como la brisa en la espesura

de algún pinar, se alzó transfigurada

para decir con la expresión más pura,

la palabra por siglos esperada

En el poema “Te lo llevaste todo” escribe:

Es la brisa tu línea paralela

y el abismo la fecha en que partiste

y más adelante dice:

Vives en mí, habitas en mi casa,

caminas a mi lado
como un hombre de viento

Está claro que es nostalgia hacia su tierra natal, un canto a Colombia, de quien realza sus atributos y los vientos siempre son vistos, en este caso, como algo evocable, perpetuo en sus pensamientos, un elemento presente y necesario.

Observamos en el poema “Cegada luz” que el viento es algo ya perdido, que fluye y vuela no se sabe dónde, pero la poeta lo busca como esperanza o luz:

Te busco aún, imagen ya perdida,

cegada de luz, desorbitado viento

esperanza tan sólo sostenida

por la ternura de mi pensamiento

Es relevante que el único viento violento que aparece en su libro sea al referirse a la figura del poeta, en su poema “Los poetas”:

Pasamos por la vida cual raudos huracanes bebiendo en fino vaso sonrisas y lamentos […] llevando en la palma semillas de infinito

Laura Victoria ejemplifica en estos versos, ahora ya desde la distancia, las emociones que le ha provocado la poesía: sonrisas y lamentos. La poeta buscó concilia- ción en esta obra, es por eso que ya se entrevén guiños al misticismo de sus obras futuras, la espiritualidad que se marcó como meta; es como si Gertrudis Peñue- la, mediante sus versos, estuviera reencontrándose con el mundo, buscando la empatía del universo para averiguar una respuesta, como ya dijo Gadamer (2018): “En nuestras relaciones con nuestros semejantes, se trata siempre de acoger lo que el otro efectivamente quiere decir, y de buscar y encontrar el suelo común más allá de su respuesta” (p.127).

(5) Querer sin motivo, sufrir siempre, luchar siempre, morir luego, y así sucesivamente por los siglos de los siglos, hasta que nuestro planeta se despedace.

(6) En el poema “Más allá del olvido” escribe: “te miro aquí, en el fondo de mi alma, /desafiando los vientos del olvido”.

SILENCIOS DE ETERNIDAD

En el libro Cuando florece el llanto, entrevemos esa voluntad de Laura Victoria por liberarse. Ella lo hizo mediante el éxtasis, la contemplación, básicamen- te mediante la poesía. La poesía, según Octavio Paz (1998), “es conocimiento, salvación, poder, abandono. […] La actividad poética es revolucionaria por natura- leza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo, crea otro” (p.13).

Hay en la poesía de Laura Victoria, sobre todo en Cuan- do florece el llanto, cierto afán de perdurar, una lucha contra el olvido; da un doble uso a su poesía: como re- beldía y como augurio. Lo explica la misma poeta en el mensaje previo del libro: “Este libro lo ofrezco a mis la- mentos más puros, a mis íntimos dolores. Ellos se reco- nocerán en estas páginas, porque han sido el yunque y la materia de la cual ha brotado la chispa luminosa, lo demás es el grito rebelde que llevo dentro”.

La rebeldía que la llevó al exilio, a sus versos melancó- licos sobre su patria y sus recuerdos; por otro lado, el augurio de paz y luz, de tranquilidad, de soledad consi- go misma, esos ecos de eternidad que resuenan ya en sus versos desde el exilio y que se resolverán, después de 20 años de silencio, en su poesía mística póstuma. Este proceso que pasó Laura Victoria lo describió bien Baudelaire en su momento. El poeta francés dijo que todo sentimiento estético tiene siempre algo de eterno y algo de transitorio, de absoluto y de particular.

En su poema “Lo eterno” la poeta nos descubre la solución a su angustia: la fe y el amor son los que la mantienen esperanzada a pesar de su sufrimiento. Los versos finales dicen así:

No importa que repitas: nunca, nunca,

ni que tu sed de cántaro vacío

arrase mis terrenas soledades,

si sobre el mármol de la cita trunca

está el amor de inmensos poderíos

con su tiempo de rojas claridades

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La poesía de Laura Victoria es un éxtasis entre su yo y lo real, una contemplación del mundo; no obstante, la solución se encuentra en la división del todo en sus partes, y es entonces que se le muestra un secreto re- velado, un proceso de purificación que convierte su mirada, al fin, en una mirada de ciego, hacia adentro, en ese ciclo circular que va de lo ajeno a lo propio, con- virtiendo lo ajeno en propio mediante un acto de fe.

La poeta muestra en sus poemas ese proceso de acep- tación, a veces martirizada, otras simplemente cons- ciente de su banal humanidad. En el poema “Presencia inmaterial” nos muestra esa reflexión de luz y óbito:

como puerta del rito iluminado

que a ti te arranca del misterio helado

y a mí me acerca al clima de la muerte

En el último poema del libro, “He buscado el amor”, Laura Victoria hace una reflexión sobre el amor según la visión estereotipada de juventud y reconoce que se le escapó el tiempo, es consciente de que ese sentir era una ilusión, que no existía; es aquí donde en sus años venideros tomará esa verdad incuestionable para ha- llar la paz, una paz pretendida a través de las palabras que hoy, ni que sea por un instante, la han hecho ven- cer los embistes del tiempo y del olvido:

¡Ah, si pudiera hallarlo!…


pero es tarde.

Se me pasó la vida

buscando lo imposible

y ahora no me queda sino el tiempo

exacto del olvido

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